La creatividad, aunque presente desde los inicios de la humanidad, no siempre se entendió como algo humano. Durante siglos fue un atributo reservado a lo divino. Fue recién en el siglo XVII cuando el poeta polaco Sarbiewski la aplicó a las personas y, en el XVIII, se la vinculó con la imaginación, siempre dentro de las artes. En castellano se incorporó oficialmente como término aceptado por la RAE en 1983, mientras que en inglés cumple ahora 150 años de uso. Hoy, su alcance supera el ámbito artístico y se aplica a campos tan diversos como el deporte o los negocios. Según Sam Altman, CEO de OpenAI, quizá sea el último territorio que seguirá siendo exclusivamente humano.
Este repaso histórico ayuda a entender por qué la esencia de la publicidad —la creatividad— es hoy el centro de una fuerte controversia: la campaña de jeans de American Eagle, protagonizada por la actriz Sidney Sweeney, rubia, blanca, guapa y sexy. No está claro si fue concebida estratégica y creativamente para generar el revuelo que provocó, pero lo cierto es que, en la era de las redes, la narrativa ya no pertenece a las marcas; es de sus audiencias, que la interpretan, comentan y difunden globalmente.
En publicidad, la creatividad no es un ejercicio artístico libre: está al servicio de objetivos de negocio. Debe adaptarse a lo que el consumidor quiere, tanto en productos y servicios como en los mensajes que está dispuesto a recibir y aceptar con agrado
Hace poco más de dos décadas, distintos estudios confirmaron una tendencia: los consumidores preferían marcas con propósito y compromiso social, y existía una correlación directa entre ese compromiso y su crecimiento. Así, feminismo, medio ambiente, derechos de minorías y otras causas dominaron la creatividad publicitaria durante años. Pero la fórmula empezó a desgastarse hasta que llegó el agotamiento de la tendencia. Entre los síntomas, dos casos resonantes: el fiasco de Bud Light, que usó como imagen a una influencer transgénero, y la campaña de Jaguar con personajes multiétnicos andróginos y un rebranding alejado de sus valores. En ambos, las consecuencias financieras fueron graves para ambas marcas.
El desgaste no se explica solo por saturación temática. A nivel global, el agotamiento de gobiernos de marcada ideología de centroizquierda, tolerantes de agendas progre como cambio de sexo, migración sin restricción o cambio climático, y la politización de estos temas, terminó erosionando la paciencia ciudadana.
En este nuevo contexto, la creatividad publicitaria debe reinventarse. American Eagle lo entendió y apostó por un concepto provocador: jugar con la similitud fonética entre jeans y genes que en inglés se pronuncian igual (yins). La idea generó un intenso debate en Estados Unidos sobre si la campaña era discriminadora, racista o eugenésica. La protagonista dice: “Los genes se transmiten de padres a hijos y a menudo determinan rasgos como el color del pelo, la personalidad e incluso el color de los ojos”. Un locutor cierra el comercial con la frase “Sidney Sweeney tiene excelentes jeans (genes)"
Más allá de las cifras de ventas que aún es temprano para medirlas, el caso muestra que los genes de la creatividad publicitaria están mutando. Y, como en cualquier evolución, sobrevivirán quienes se adapten con más rapidez a lo que las audiencias y el contexto demanden.
(Publicado previamente en Expreso)